La sala era blanca y metálica, sin ventanas. Frank estaba atado a un sillón de exploración. Dos personas ataviadas con equipos de protección individual tomaban notas mientras hablaban entre ellos. Le habían extraído sangre, varios tubos.
- Ni antígenos ni anticuerpos, está limpio.
Los dos individuos se quitaron las escafandras.
- Así que eres un "puro", un no vacunado.
Frank no contestó.
- Será mejor que colabores porque aquí, como comprenderás, tenemos todos los medios para hacerte hablar aunque no quieras.
- No, no estoy vacunado.
- Bien, ¿dónde vives?
Frank había tenido tiempo para pensar lo que iba a decir sin mostrar vacilaciones y resultar creíble.
- En un pueblo abandonado de Tarragona.
- ¿Qué pueblo?
- No sé el nombre, no hay ningún letrero.
- ¿Quién más vive allí?
- Nadie, estoy solo.
- ¿Y qué has venido a hacer aquí?
- He escuchado que buscáis a no vacunados. Estoy harto de estar solo, eso no es vivir. Y quiero ayudar.
- Muy altruista. ¿Y ese código QR que llevabas?
- De un amigo muerto. Se cayó por un barranco.
El hombre tomó nota, hizo una seña a su compañero y salieron del habitáculo.
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"Aquellos ciudadanos y ciudadanas no vacunados que deseen integrarse en la plena normalidad deben dirigirse a los centros de atención primaria. No se les multará ni se les recriminará su actitud pasada. Su colaboración es esencial."
El mensaje se repetía por radio, televisión, la megafonía habilitada en las calles y en redes sociales. Empezaron a acudir personas que habían estado escondidas. Se le recibía con una sonrisa, con agradecimiento. Se les tomaban los datos personales. Se buscaban en el ordenador. Se les solicitaba amablemente que dieran su consentimiento para practicarles una revisión médica completa. Se les daba alojamiento y manutención gratuitos mientras duraran los estudios. Ante estos dispendios, los rostros se distendían, aparecían sonrisas y suspiros de descanso. Los negacionistas iban volviendo al redil y no sólo no eran represaliados, sino que se les trataba con toda amabilidad. Eso era una sociedad democrática y avanzada.
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Ricard era uno de los arrepentidos. Intentaba sepultar bajo el amparo del alivio cierto regusto a traición a sus principios. Apartó esa idea de su cabeza. Hizo lo que debía hacer. Había estado equivocado, mal influenciado por negacionistas; sí, ahora estaba obrando como debía. Por eso acudió presto cuando recibió un SMS de Salud.cat que le convocaba para una revisión en el centro de atención primaria. Le practicaron unas analíticas y le dijeron que esperarse el resultado.
Un enfermero entró en la sala de espera y pronunció su nombre:
- ¿Ricard Maxencs? Ven conmigo, por favor.
Le acompañó hasta el ascensor. Entraron. Ricard observó que el hombre pulsaba el botón del segundo sótano, pero no dijo nada. Al abrirse las puertas, Ricard se encontró frente a una ambulancia con el portón lateral abierto. Le invitaron cortesmente a subir y tenderse en la camilla. Una punzada de nervios le recordó que tenía estómago, pero obedeció con una sonrisa. El portón se cerró y el motor de la ambulancia se puso en marcha. El enfermero le dio instrucciones:
- Colócate en la camilla. Veo en el informe que ya te han realizado las pruebas de antígenos, anticuerpos y una PCR - ojeó un portafolios. - Limpio.
Ricard se recostó en la camilla. Suspiró hondo.
- ¿Estás nervioso?
- Un poco sí, la verdad.
- Pues vamos a solucionar eso. Toma.
- ¿Qué es?
- Un calmante.
- No, gracias, no es necesario.
- Es por tu bien...
El enfermero le tendió un vaso de agua. Ricard sudaba pero pensó que no tenía nada que temer. Se puso la pastilla en la boca pero se le quedó pegada en la lengua. Tuvo que tomar varios sorbos del vasito para que la píldora pudiera pasar a través de su faringe.
- Buen chico - el enfermero dio dos golpes en la pared que le separaba del conductor. La ambulancia arrancó.
Ricard empezó a comprobar que el mundo no era tan constante como pensaba. La materia se onduló ante sus ojos formando vórtices de colores.
- Avisa a Cangallo de que vamos para allá - fue lo último que pudo escuchar.
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