martes, 10 de agosto de 2021

CAPÍTULO 11

 Frank intentaba mantener la calma. Concentró su atención en el análisis de todos y cada uno de los objetos que formaban parte de aquella habitación. Le inquietaban los armarios llenos de cajas de cartón que suponía repletas de todo tipo de sustancias de enigmáticos efectos sobre el organismo. 

La puerta volvió a abrirse. Una persona enfundada en un equipo de protección individual entró con prisa empujando una camilla. Esperó a que la puerta se cerrara y se quitó la escafandra: un rostro afable aunque no exento de determinación le sonrío. 

-¡Hola pingüino! 

- ¡Doctor De Benito! ¿Pero qué hace usted aquí? 

-He venido a salvarte, hijo. Así que no perdamos tiempo. Te lo explicaré cuando estemos fuera de aquí. 

Abrió los cierres que mantenían preso a Frank a la silla con una llave electrónica. 

-Ahora colócate en la camilla y hazte el inconsciente. Es muy importante que te mantengas así durante todo el trayecto hasta que te saque de aquí. 

Frank se tendió en la camilla. El doctor De Benito se colocó de nuevo la escafandra y empujó la camilla hacia la salida. 

El recorrido por varios pasillos acabó frente a la puerta de un montacargas. De Benito pulsó un botón y descendieron a los sótanos. El montacargas se detuvo. De Benito empujó la camilla y salieron a una oscura placilla subterránea, apenas iluminada por unas somnolientas y verdosas luces de seguridad. 

-Listo, estamos en el sótano. Ven. 

Frank saltó de la camilla y con paso ligero alcanzaron una puerta de servicio. De Benito la empujó y un largo y oscuro pasillo se abrió ante ellos. 

-Toma este mechero para alumbrarte. Si caminas unos 500 metros llegarás a una salida de emergencia. Saldrás a la calle Entença. 

Bajó la cremallera de su EPI y entregó a Frank una bolsa con algunos botellines de refresco, tres bocadillos y un llavero. 

-Son las llaves de una motocicleta. Justo enfrente de la salida, en una plaza de parking de la Zona Azul encontrarás una moto aparcada. No pares hasta que salgas de Barcelona - y dando un fuerte abrazo a Frank añadió: - No dejéis que os atrapen. 

- Pero usted... 

- Yo tengo que quedarme aquí para salvar todas las vidas que pueda. ¡Debo ayudar a los pingüinos! Tengo un aliado especial: gozo de la protección de Dios, que ya dijo en Isaías 54, 15: "si te atacare alguno, no será de parte mía y quien te ataque caerá ante ti."

Frank abrazó otra vez al buen doctor que tan vehementemente había defendido siempre a los pacientes frente a los abusos del sistema. 

- ¡Y sonríe, pingüino, sonríe! 

Frank se introdujo en el túnel. Volvería al campamento de inmediato. Ya había visto suficiente. 

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