lunes, 2 de agosto de 2021

CAPÍTULO 3

 Denver, Colorado. EEUU. Sede del laboratorio Pifier. 

El becario entró en la sala de alta seguridad enfundado en su equipo de protección individual. La verdad es que era un coñazo trabajar en esas condiciones pero tal y como estaba el panorama de la investigación científica en el mundo no se podía quejar;  había entrado a formar parte de la plantilla de una de las mayores multinacionales farmacéuticas: Pifier. Además, sentía un orgullo algo insano al participar en el mayor experimento a gran escala que se hubiese hecho jamás en el orbe: la vacunación contra el coronavirus en tiempo récord. Los científicos en nómina de Pifier habían conseguido desarrollar una vacuna con una tecnología novedosa, encapsulando el ARN mensajero de la espícula del virus en una partícula lipídica. Inyectar a toda la población de humanos del planeta en dos años con diez dosis había otorgado al laboratorio fama eterna y beneficios inconmensurables, todo gracias a una autorización de emergencia que seguía sin ser revisada y le confería inmunidad absoluta frente a la aparición de efectos secundarios en los inyectados, incluida la muerte. Vale, él no era más que un peoncillo en el tablero, pero se sentía henchido de gozo. Aunque no tenía muchos amigos ante los que presumir, aprovechaba cualquier oportunidad para inspirar aire, sacar pecho y sentirse salvador de la humanidad. 

Entró en el estabulario. Hoy tocaba cambiar las virutas del lecho en las jaulas de los ratones del experimento de las vacunas. La investigación no paraba: había que seguir valorando los efectos secundarios de la inmunización a medio y largo plazo. El estabulario se mantenía a una temperatura y humedad constantes y con luminosidad controlada, condiciones ideales para los ratoncillos. Extrajo los sacos de viruta del armario del material pensando en darles una pequeña ración extra de pellets alimenticios, pero lo pensó mejor y decidió mantenerse estrictamente en las condiciones del experimento, no fuera a cambiar algún parámetro y dar al traste con los esfuerzos de los investigadores y lo que sería peor aún, podría perder su puesto de trabajo. Le entró un sudor frío y apartó los pellets al fondo del armario. Fuera tentaciones. 

Se acercó a las jaulas de los ratoncillos. Recordó que dos meses de vida de un ratón equivalían a dos años de vida humana, tan rápido era su metabolismo. Le gustaba hablarles mientras ellos le miraban con sus ojillos rojos, dado que al ser albinos, sus iris eran traslúcidos y se veía en el fondo del ojo la retina irrigada por los pequeños capilares sanguíneos. 

Pero esta mañana los ojos rojos no veían nada. El becario sintió una punzada en el pecho: todos los ratones estaban tumbados de espaldas, con las cortas patitas inertes tendidas hacia el techo, como intentando atrapar unas estrellas que nunca habían visto. 

Muertos. Todos los del experimento de ARN mensajero estaban muertos. 

El becario se dirigió hacia la puerta y pulsó el botón de emergencia. Una sirena intermitente de sonido grave se hizo audible por toda la instalación.

          *************************

-¿Qué ha pasado? - preguntó la doctora Amy Berzos, dueña de Pifier, desde su butaca en la cabecera de la reluciente mesa de cedro del Líbano de la sala de reuniones. 

-Bien - respondió el doctor Oriol Pitjà carraspeando - hemos comprobado que el ARN mensajero no se ha destruido después de inducir la síntesis de la espícula S. Una transcriptasa inversa, posiblemente la de un herpesvirus, lo ha transformado en ADN, ha atravesado la membrana nuclear y se ha insertado en el ADN de los cromosomas humanos. 

-¿Qué implica esa inserción? - inquirió la jefa, juntando las manos de manera que crearon un triángulo con el vértice formado por los índices apuntando al techo. El doctor Pitjà tosió: hacía frío en la sala de reuniones. 

-Altera la producción de células de memoria, del interferón temprano y desajusta la respuesta inmune. La producción de linfocitos se acaba. 

-¿Inmunosupresión? 

-Absoluta. El gen de la espícula se inserta en todas las células de todos los tejidos. 

-¿No me jurásteis que eso no era posible? - la doctora Berzos apoyó las palmas de las manos sobre la mesa. 

-Eso pensábamos - Pitjà se encogió de hombros en un gesto de desamparo. - Nunca pensé que esto llegara a suceder. Tenía una secuencia terminador y... - empezó a sollozar. 

-No tenía que haber pasado pero ha pasado - Amy se levantó airada. - Ya podéis estar buscando la solución, porque no pienso pagar ni un dólar en indemnizaciones. 

-Sí, sí, estamos trabajando en ello, doctora Berzos. 

-Y por supuesto, el becario... 

Un hombre que había permanecido sentado en una silla junto a la puerta hizo un gesto con la mano. 

-Resuelto, doctora. 


En las noticias de la noche, la sección de sucesos se abrió con el suicidio de un biólogo que al parecer, por un desengaño amoroso, se había precipitado a la calle desde el tejado de su casa. 

Pobre chico. 

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