miércoles, 4 de agosto de 2021

CAPÍTULO 5

 Denver, Colorado. Sede del laboratorio Pifier. 

En la sala de conferencias, Oriolet Pitjà luchaba contra su ordenador, que se negaba a proyectar en la pantalla las gráficas que había elaborado durante la madrugada. La doctora Berzos tamborileaba con los dedos sobre el reposabrazos de su sillón, impaciente.

- Perdón doctora, estos puertos USB siempre dan problemas... listo. 

Una serie de gráficos colorearon la pantalla. Pitjà, con voz trémula, iba desgranando su significado.

- La inserción del gen de la espícula S desorganiza la región del cromosoma humano que regula todo el proceso de inmunidad. Además la proteína S es un prion: induce el plegamiento erróneo de otras proteínas. A los dos años los efectos empiezan a ser notorios. Dos años o lo que es lo mismo, diez dosis de la vacuna que resulta... letal.

- ¿Quién sabe esto? - inquirió la doctora Berzos. 

- Usted, yo y mi equipo médico. 

-  Supongo que tienen grabada a fuego en su mente la cláusula de confidencialidad. 

- Por supuesto, por supuesto, doctora.

- Identificado el problema, quiero una solución. ¿La tienes?

- Sí, sí, creo... creemos que sí puede hacerse. 

Pitjà pulsó las teclas del ordenador buscando un esquema que mostraba la interacción entre varios órganos del cuerpo humano. 

- Verá, doctora, la solución está en destruir la mayor parte de las células invadidas por el gen de la espícula S. Luego, para recuperar el sistema inmunitario, hay que hacer un trasplante de médula ósea, como si la persona padeciera un cáncer. Una vez trasplantada la médula, los linfocitos proliferarán de nuevo. Contra más joven sea el donante, mayor probabilidad de éxito.

Amy Berzos se levantó del sillón y fue caminando despacio hasta Pitjà. 

- Venga, vamos a pasear por el jardín. 

El jardín del laboratorio era exuberante. Una zona poblada de enormes árboles y arriates con todo tipo de plantas y arbustos de flor preservaba el recinto de cualquier mirada ajena. Un remanso de paz. 

Amy rodeó con su brazo los estrechos hombros de Pitjà, que se encogió más aún. Fueron a sentarse bajo una glorieta de wisterias en flor. 

- Querido doctor, como bien comprenderás, lo que propones sólo puede aplicarse a clientes selectos: es imposible encontrar médula ósea de donantes no vacunados en el punto de tasa de inoculación actual. No queda casi nadie sin vacunar - sonrío satisfecha - en todo el planeta. Hemos llegado hasta el África profunda, hasta el Asia más recóndita. Todo el mundo - apretó el hombro de Pitjà, a quien le pareció notar como si una tenaza le oprimiese las carnes. - Por supuesto, siguiendo el dictado de la agenda 2030, una reducción de la población estaba prevista a causa de los efectos secundarios, ¡pero no tanta! Nos quedaremos sin esclavos... Podemos encontrar algún no vacunado aún próximo a nosotros, pero no será suficiente. No pienso salvar a la humanidad, por supuesto, pero tendremos clientes a los cuales es preciso ofrecer una solución: los jeques, el Emérito, Donald y por supuesto Pedro Sánchez, Macron, algunas familias imprescindibles de banqueros...

Pitjà se mordió los labios.

- Sé que en algunos lugares asalvajados hay grupos de rebeldes, personas que no han querido vacunarse y que resistieron la presión social hasta que les resultó insoportable. Se fueron a los bosques, los montes, a pueblos abandonados en medio de la nada. En Estados Unidos no se ha hecho mucho por localizarlos porque suponemos que morirán de inanición y a causa de peleas entre ellos. Todo muy humano. Pero ahora los necesitamos. En concreto, necesitamos sus médulas - Amy apretó más el hombro de Pitjà, que sonreía con una mueca de angustia -. Tu país, Oriol, que siempre ha sido tan poco efectivo para todo, es uno de los lugares del mundo donde más renegados hay, escondidos en eso que llamáis la España Vaciada. Estoy bien enterada. Encuéntralos. 

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