Monasterio de Santa Maria de Serrateix. Berguedà.
Argimon observaba al boqueante Pitjà. Habían decidido refugiarse en el Monasterio de Santa María de Serrateix, emblemático lugar cuna de Catalunya, que había sido abadía benedictina.
-Nos equivocamos - balbuceaba Pitjà. - Yo confié...
Argimon tomó la mano de su agonizante colega.
-¿Sabes que el vulgo te llama "mossèn pandèmies"?
Pitjà sonrío:
- Podría haber sido peor...
- Hubieras sido un buen conseller de salud si hubieses sido militante de Esquerra Republicana en lugar de ser simpatizante de Junts x Cat. No fue una jugada maestra, Oriol.
Un acceso de tos hizo que Pitjà se doblara sobre sí mismo. Se ahogaba.
-Nos equivocamos todos y no hemos llegado a tiempo... tiempo. Nunca lo tuvimos. Nunca.
Argimon contempló los retratos de los presidentes de la Generalitat que colgaban de las paredes de la sala. Él hubiera podido ser el 33 presidente, él hubiera sido mucho mejor que todos ellos... pero ya no había tiempo.
Entre unos últimos estertores, Pitjà expiró.
Argimon notó cómo ese ardor que hacía horas anidaba en sus pulmones ascendía hacia la tráquea. Tosió y esputó sangre.
Arrancó un cortinaje de terciopelo rojo de una de las paredes y cubrió con él el cadáver de Pitjà. Descendió a la cripta; allí abajo, los sarcófagos de algunos de los principales próceres de Catalunya desde los tiempos más remotos guardaban un silencio dos veces milenario. Esas arcas de piedra sí que retenían el tiempo. El tiempo del Origen. El tiempo de la Dinastía Primordial: el conde Miró, la condesa Ava...
-Vosotros tenéis el tiempo y aquí descansaré para siempre.
Argimon se tendió sobre el suelo desnudo bajo el sarcófago que albergaba al conde Oliva Cabreta, nieto de Guifré el Pilós. Puso sus manos sobre el pecho y cerró los ojos.
Su tiempo había terminado.
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