Frank salió por la puerta del túnel que lo llevó del sótano a la calle Entença. Justo delante, encontró aparcada la moto que le había indicado el doctor De Benito. En el portaequipajes encontró un casco. Se lo colocó, montó y la puso en marcha.
Prudencia, con mucha prudencia para no cometer ninguna infracción, puso rumbo a la Diagonal. Dejaba atrás la urbe inhabitable. Miraba a la gente caminar, autómatas sin alma que habían aceptado todas las normas que el Poder había querido imponerles, policías de sí mismos y del prójimo, delatores, cobardes. Enfiló la A2. El sol poniente era rojo y globular, oblongo y fatigado, rodeado de esa bruma azulada que flotaba siempre en Barcelona a pesar de las imposiciones medioambientales, como un flujo que exudaba de la propia decadencia humana.
Vigilaba escrupulosamente para mantenerse por debajo de la velocidad máxima permitida. Iba adelantando a vehículos más lentos: furgonetas de reparto, algún camión cargado con contenedores de reciclaje. Al oeste, siempre hacia el oeste.
De repente, a la altura de Cervera, se encontró con un convoy de los Mossos d'esquadra. De manera instintiva apretó la palanca del freno. Se serenó con rapidez: ninguna maniobra brusca, ninguna acción que delatara nerviosismo. El convoy formado por las furgonetas antidisturbios de las BRIMO avanzaba a poca velocidad. Frank aceleró y les adelantó. Quiso contar las furgonetas, pero su atención se centró en adelantarlas sin cometer ningún error. ¿A dónde iban y que tenían pensado hacer? Tuvo una mala sensación en la boca del estómago. Se tranquilizó pensando que era hambre y sed.
Decidió parar al llegar a las afueras de Tremp, en un descampado que antes fue el aparcamiento de un centro comercial ahora abandonado. Sacó de la bolsa los bocadillos y las latas de refresco que le diese De Benito; pensó que no le entraría ni un bocado, pero después del segundo mordisco comprendió que su estómago admitiría más cantidad de materia de la que había supuesto.
Se tomó su tiempo. Ya era de noche, pero la luna llena daba suficiente luz para identificar todo el paisaje a media distancia. Canturreó el "Born to be wild".
Y entonces las vio: unas luces blancas en línea avanzaban por la carretera. El convoy de los Mossos había seguido la misma ruta que él. Observó con atención, con las pulsaciones en aumento, cómo se desviaban hacia la carretera que llevaba a la base militar de Talarn. Iban a acampar allí, a buen seguro, para pasar la noche. Eso le permitía llegar al poblado rebelde y dar aviso a sus compañeros.
Se puso en marcha.
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