domingo, 1 de agosto de 2021

CAPÍTULO 1

 Era el segundo helicóptero que sobrevolaba la zona esa mañana. 

-¿Crees que nos han localizado, Rou? 

La delgada mujer miraba al cielo con atención mientras permanecía en cuclillas. 

-No, Marian - lo dijo más por tranquilizar a su compañera que por convencimiento. Los brazaletes de huesecillos que llevaba alrededor de las muñecas tintinearon cuando se incorporó. - Vamos al poblado. 

La geografía era escarpada, hiriente. Las rocas calizas del Congost de Collegats estaban secas, sangrantes del sol que se absorbía, cristalizando en vetas rojizas. Por el río apenas pasaba agua; era verano y hacía mucho calor. Las chicharras enloquecían en su canto. 

Las dos mujeres iniciaron un trotecillo reposado. Estaba muy delgadas, huesudas incluso; aquella vida las había fortalecido, consumiendo la materia superflua de sus cuerpos. Por contra, los sentidos se habían agudizado, transmitiendo al cerebro la información que él se encargaría de analizar de manera felina y ancestral. No seguían ningún sendero: avanzaban campo a través para no dejar rastro visible que pudiera ser captado por un medio aéreo. El monte bajo de tomillo y romero exhalaba aromas medicinales a su paso. Ya no sentían las punzadas agudas de los espinos que se clavaban en sus pies, sus piernas y sus caderas. Rou recordó cuánto había llorado al principio a causa de las espinas que se inserían en su fina piel de urbanita. Apartó el recuerdo de su mente; no le gustaba pensar en ese pasado aún cercano antes de que pasara lo que pasó... 

Nadie estuvo preparado. Homo sapiens vivía la absurda opulencia de los desesperados. Y entonces llegó la Bestia, el Mal, la muerte medieval, la peste: el coronavirus. Al principio era un mal de China: claro, eran tan sucios y comían tantas porquerías aquellos orientales... aún así la prepotencia europea alzó sus imaginarias defensas: "no más de uno o dos casos aislados" fueron las palabras de Fernando Simón, el médico oficial de la pandemia española, con las que pretendía tranquilizar a los aborregados habitantes de la Península ibérica. Rou sacudió la cabeza: frente a ella intuía la entrada de la cueva donde un grupo de no vacunados había encontrado refugio. 

Collegats, que antes había sido un reclamo del senderismo urbano de la capital, ahora era una escarpado nido de renegados. Abel salió a recibirlas. 

-Ya va a nacer - la expresión de su rostro era de felicidad matizada por cierto nivel de angustia, como siempre sucedía con los filósofos. En el fondo de la cueva, una mujer en cuclillas apretaba con fuerza en la posición de parto ancestral. Un hombre le cogía la mano mientras la animaba. 

-Todo va bien - Vader, el médico, volvió su rostro sudoroso a los recién llegados. - Costará un poco, la criatura venía de pies y he intentado reposicionarla, pero no sé si lo he conseguido del todo... 

En un rincón, una mujer sentada en la posición budista del loto balanceaba el torso hacia delante y atrás mientras acariciaba de forma compulsiva a un gato negro. Era pelirroja y su melena encrespada estaba adornada con piedrecitas de colores atadas al cabello por unas cuerdas de esparto. Mascullaba unas palabras apenas inteligibles:

- Los cinco aminoácidos, los cinco aminoácidos, PRARR, PRARR... 

-Calla ya, Martina, por favor. Me estás sacando de quicio - la amonestó un hombre de porte atlético que llevaba en la muñeca un reloj de running con la esfera rota formando una telaraña de cristalillos. 

-Vamos Chuck, todos estamos tensos - contemporizó Abel. 

- Esos malditos helicópteros me ponen nervioso. Me gustaría saber qué está pasando en... 

Un grito resonó en la cueva. Un olor a sangre fresca se expandió por el aire mientras el gato erguía la cabeza y la pelirroja dejaba al fin de recitar su letanía. 

-¡Ya está aquí! - dijo Vader apartando los restos de grasa y materias del parto. - Es una niña - la puso sobre el pecho de la madre que se había tendido en el suelo respirando de manera entrecortada. - Ahora faltará expulsar la placenta, luego cortaremos el cordón umbilical... 

-Y me lo darás a mí, hay que enterrarlo para propiciar buenos augurios para la criatura - Martina se incorporó dejando al gato sorprendido por el súbito cese de las caricias. 

-Tuyo es si lo quieres. Antes hubiera ido a un banco de células madre, pero ahora aquí... Vader levantó las manos en un gesto de impotencia. 

-Entiérralo bien o el gato lo desenterrará y se lo comerá - dijo Chuck entre molesto y burlón. - Voy a ver si el informático tiene alguna noticia. 

Chuck salió de la cueva para encaminarse hacia otro recoveco en el acantilado. La entrada estaba flanqueada por dos pequeñas placas solares orientadas al sur. Unos cables conducían los electrones transformados en fotones hacia el interior del cubículo. Dentro, un joven con barba escasa y cuerpo enjuto miraba con fijeza la pantalla de un ordenador. 

-Ligth, ¿hay algo que justifique el vuelo de helicópteros? 

El joven ni siquiera movió los ojos de la pantalla. Tecleó con agilidad, esperó unos segundos y respondió con voz mecánica. 

-El Molt Honorable President de la Generalitat ha desaparecido - hizo una pausa. - Dicen que es un traidor, que en realidad no se había vacunado y que lo ocultaba. Cuando los de la Brigada de la Salud Solidaria iban a arrestarlo de madrugada dieron un patadón a la puerta de su casa pero ya no lo encontraron dentro - empezó a reír como un conejillo. - Eso le pasa por no tener un Certificado Verde como los que yo falsifico: ¡son perfectos! 

En la pantalla del ordenador se veía una foto de Pere aragonés al que llamaban el Cigronet de l'Alta Anoia con el titular "Traidor" en caracteres góticos. - Lo están buscando por tierra, mar y aire. 

Chuck se tranquilizó. 

-Por lo menos no nos están buscando a nosotros... o eso quiero creer. 

El informático tiro de la manga de la raída camisa de policía de su interlocutor. 

-Mis Cartas Verdes son perfectas: mira el QR, mira las banderitas de España y de la Unión Europea; el mismo tipo de letra, todo perfecto. 

En la pantalla del ordenador resplandecía el certificado de vacunación que exigían las autoridades europeas. 

-Ya van por la décima dosis.

Chuck suspiró. 

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