-¿Pero tú te aclaras con tanto túnel? - preguntó Wan.
-Sí, sí me aclaro - contestó LaBola.
Habían perdido la cuenta de las horas que llevaban caminadas por el laberinto subterráneo. La buena noticia era que aún no habían detectado señas de posibles polis perseguidores. Los túneles de los cátaros seguían siendo eficaces a pesar del paso de los siglos.
Pero los niños y algunas personas mayores empezaban a ponerse nerviosos. El cansancio y la falta de aire libre y de sol hacían mella. Nuri, la maestra, ya no sabía qué historia inventar para convencer a la chiquillería de que siguiera adelante. Los más pequeñitos, vencidos por el sueño, tenían que ser cargados por adultos.
-¿Falta mucho? - preguntó la maestra.
-Dos divisiones más del laberinto y llegaremos.
Wan animó a los renegados.
-¡Vamos, vamos, ya lo tenemos! ¡Un esfuerzo más!
Y hablando en voz baja:
-¿En qué punto en concreto saldremos al exterior?
-Os de Civís - dijo LaBola. - Geográficamente pertenece al Principat d'Andorra, pero un error administrativo muy antiguo dejó al pueblo fuera de la jurisdicción andorrana y es territorio español. Tengo unos amigos allí que nos ayudarán.
Al fin alcanzaron una placita circular. De ella partían unos escalones tallados en la piedra que ascendían hacia la ansiada superficie.
-Hemos llegado.
En ese momento percibieron unos ruidos que procedían de la boca del túnel que acababan de dejar atrás. Aún eran lejanos, pero no había duda de que algunos de los mossos habían encontrado la opción correcta entre las que les ofrecía el laberinto.
-No perdamos tiempo, ¡vamos!
A buen paso subieron la escalera de piedra. Con la luz de su linterna, LaBola iluminó una verja herrumbrosa cubierta de hiedra. Empujó con fuerza y la verja se abrió, dando paso a un bosquecillo de abetos.
-¡Todos fuera, deprisa, deprisa!
Avanzaron casi corriendo hasta llegar a un prado de hierba corta.
-¿Todos bien?
-Sí, todos estamos bien...
Y entonces unos potentes focos iluminaron el llano. Las luces de una decena de vehículos todoterreno aparcados ante ellos les hicieron cerrar los ojos, deslumbrados.
-No... nos han atrapado.
Un lamento general se extendió entre los renegados.
Un grupo de agentes estaba de pie ante los coches. La silueta de un hombre fornido destacaba entre todas las demás.
LaBola se adelantó. Caminó hacia ellos. Y para sorpresa de todos, se fundió en un efusivo abrazo con el corpulento varón.
-Sabía que estaríais aquí, mi teniente coronel.
-¡Me encanta que los planes salgan bien, LaBola! La Benemérita nunca falla.
En efecto, se trataba de un escuadrón de la Guardia Civil.
-¡Todo OK, muchachos! - LaBola sonreía. - Os presento a Francisco Gálvez Hermoso de Mendoza, teniente coronel de la Benemérita, un viejo amigo. Estamos a salvo.
-¿Pero ellos no son parte del sistema? -preguntó boquiabierta Marian.
-Por supuesto que no, amiga - repuso el teniente coronel. - Ni nosotros ni el Ejército nos hemos vacunado. Hay que echarle redaños al asunto.
De repente, detrás del grupo fugitivo aparecieron varios agentes de los mossos.
-¡Quedan todos detenidos! ¡Mossos d'esquadra!
-No tan rápido, mindundis. En este territorio los mossos no tenéis jurisdicción. ¿Veis esta línea que hay en el suelo? - el teniente coronel siguió con el haz de una linterna una marca de cal que separaba el grupo de renegados y la Guardia Civil de los agentes de la BRIMO. - Es la frontera con Andorra. Y la frontera la gestionamos nosotros, la Guardia Civil. Mal que os pese, aquí mando yo - el teniente coronel Francisco Gálvez Hermoso de Mendoza puso los brazos en jarras mientras sonreía con satisfacción - y estos individuos están ahora bajo mi supervisión. ¿Quién de vosotros os manda?
Un agente de la BRIMO se destacó:
- Yo.
El teniente coronel puso sus manos sobre los hombros del mosso:
- Y así, entre tú y yo, no quiero ver ni uno de vuestros putos helicópteros sobrevolando la zona, ¿de acuerdo? ¡Pues marchando por donde habéis venido!
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